...y me convertí en un ironman.

Cuatro y media de la mañana del sábado 14 de mayo. Suena el despertador que me indica que el tiempo de espera ya ha pasado, tanto tiempo esperando el momento y ya estamos a punto de probar que se siente al poder participar de una prueba ironman.

Recojo la bolsa, bajo al vestíbulo y nos encontramos para desayunar antes de dirigirnos a l'Ampolla donde dejaremos a las 6 de la mañana la bicicleta y el material de batalla dispuesto para unas cuantas horas de esfuerzo.
A las 7 de la mañana y tras probar el agua unos minutos antes, dan la salida y el mar que hasta el momento está en calma hierve al ritmo de cientos de manos buscando el camino a la primera boya.
Tres largas vueltas al circuito marcado nos dan la primera distancia de 3.800 metros cumplida. Ahora a por el segundo sector en bici.

Unas primeras tres vueltas al circuito en relativa calma me permiten mantener los 31 km/h de promedio marcado para asegurarme una estancia encima del sillín de no mas de seis, pero como si de la nada aparece el viento de protagonista que a vuelta que pasa cobra mas fuerza teniendo en la última vuelta, unos 30 kms infernales que casi me hacen perder el tiempo ganado. Al final seis horas tal y como previsto.
De nuevo en box, me dispongo a calzarme las zapatillas y emprender el que será tercer y último segmento de carrera, la temida maratón. 

Siete vueltas a un circuito nos dan cumplida esa distancia pero a vuelta que pasa y ya en el ecuador de la prueba el ritmo, el cansancio acumulado, los dolores musculares, las llagas,... empiezan a hacer sufrir mi maltrecho cuerpo y el ritmo se empieza a resentir. La cabeza me dice que no pare, hoy es el día perfecto para cumplir con el objetivo y nada es más importante que llegar a meta y colgarme la medalla.

12 horas y 16 minutos dan cuenta de mi sufrimiento y esfuerzo en carrera. He cumplido conmigo mismo y con mi sacrificio de estos meses. Soy finisher, soy ironman.